En eso consiste la
felicidad, en conseguir captar de todo lo que acontece el placer que emana.
Uno se da
cuenta de este hecho cuando posee la capacidad aprendida o más bien cultivada a
lo largo de los años de exprimir por completo cada una de las circunstancias
que se le presentan en su vida.
Las personas
estamos convencidos de que hay una clara distinción entre las cosas que nos
hacen disfrutar y que por consiguiente nos aportan placer, y las cuestiones que
por el contrario nos avocan al sufrimiento y por tanto nos provocan
padecimiento. Yo después de dieciocho años de vida no tengo tan claro ese
discernimiento. Al contrario, cada día que pasa tengo más claro que no podemos
establecer un discernimiento entre ambos extremos. Esta clarividencia que
exhibo no es muestra de enorgullecimiento; al revés, la exhibo para poderla
compartir y de ese modo, aunque sea levemente, incidir sobre una sociedad
asentada sobre unos criterios estandarizados que no cumplen otra función que la
de dar sentido a una edificación construida sobre cimientos de cristal.
Tal vez sea
el momento del cambio, un cambio que debe venir
definido por dos aspectos fundamentales:
1º Debemos
concederle importancia a la hora de relacionarnos con la realidad a la
información que posee la verdad, una información que percibimos de los sentidos
en forma de sensaciones. Es el
momento de darle supremacía al sentir por encima del pensar.
2º Cada uno
de nosotros convivimos con un mundo cuyo fin es incorporarnos a un mercado
laboral sin tener en cuenta nuestras propias deseos o sentimientos, algo que
nos inculcan desde la educación, una educación donde prima el uso de la razón
dejando sin escrúpulo alguno a las sensaciones, percepciones y sentimientos.
Necesitamos instaurar un nuevo modelo
educativo cuyo fin se encuentre en cultivar desde pequeños la capacidad de
disfrutar y sacar lo bello a todo lo que ocurra para de ese modo construir una
felicidad a la que todos y no solo unos pocos elegidos puedan aspirar.
Tras una
breve pero intensa reflexión acerca de que fallos yacen en las sociedades más
bien de carácter occidental y donde predomina el capitalismo como sistema
económico me lanzaré a describir un pequeño placer que me permitió alcanzar esa
felicidad efímera que todos ansiamos instaurar en el seno de nuestra vida
Abril.
Cuatro y media de la tarde, hora española. Puerto de Santa María (Cádiz). Sol
radiante, ausencia nubosa y viento acariciador.
Me encuentro
andando, sin compañía real a mi lado por la calle, mis pasos se dirigen en
dirección sur. Me encaminó a una cita con el deporte que ha colmado mi vida, un
deporte que me ha regalado instantes de felicidad, que me ha enseñado lo mucho
que cuesta ganar pero que al mismo tiempo me ha mostrado la amarga cara de la
derrota, sin hacerme olvidar que triunfa aquel que se levanta tras cada fracaso
para seguir intentándolo.
Mi padre se
había ofrecido a llevarme en coche hasta el lugar donde iba a jugar un
partidillo con los colegas pero yo rechacé aquel ofrecimiento, prefería pasear
y poder disfrutar de primera mano la excelentes condiciones climatológicas que
ofrece el litoral mediterráneo (buenas temperaturas durante gran parte del año
y escasas precipitaciones). Si el reloj
mental que la mayoría de los seres humanos poseemos no me fallaba quizás
llevase entre ocho o diez minutos andando, tiempo suficiente para encontrarme a
mitad del camino que debía recorrer. Cabe decir que ese mismo día era de esos
donde uno irradia alegría y energía por los cinco sentidos e impregna a los
demás de la misma, por lo que suelen sucederse acontecimientos cuyo contenidos
son de índole predominantemente positiva.
Tal vez lo que me ocurrió vino a ser producto de todo esto que acabo de
mencionar.
Sinceramente
no recuerdo sobre qué pensaba en aquel momento, porque los pensamientos son
algo que se esfuma con suma facilidad. Lo que sí sé, es cual fue el desencadenante de lo que me
ocurrió. Absorto en mis pensamientos, decidí de buena a primera volver a la
realidad, fijarme en lo que pasaba a mi alrededor. Para mi asombro, cuando
desperté del semitrance en el que había incurrido comencé a observar
detalladamente todo lo que me rodeaba, a oír todo lo que sonaba, a oler todo lo
olible… y sin creérmelo me di cuenta de que no había a mi alrededor nada que me
hiciese indicar que en aquel momento existía vida humana. Escuchaba trinar a
los pájaros, sentía la suave caricia del viento y el sol tostando lo que mi
vestimenta no recubría de mi cuerpo, pero en ningún lado era capaz de percibir
algún estímulo que me hiciese advertir que existía alguna criatura que
compartiese mis rasgos, los rasgos de una persona.
Mi asombro
se acrecentó cuando tras darme cuenta de estas circunstancias no experimenté
ninguna sensación de carácter negativo, sino todo lo contrario, disfrutaba como
muy pocas veces lo había hecho en mi vida de ese instante. Un instante bello
marcado por la soledad, una soledad transformada en paz y armonía con el mundo
y cuyo éxtasis fue el derramamiento de una lágrima por mi parte, una lágrima
que estaba cargada de felicidad, una lágrima que venía a ser la significación
en hechos físicos de una realidad
latente que en ese momento me embargaba y me
envolvía por completo. La sensación de eternidad y de parada del tiempo se había
apoderado de mí y deseaba con todas mis
fuerzas que se acomodasen por y para
siempre. No extrañaba a nada ni a nadie, me
sentía pleno conmigo mismo y con todo lo que en ese preciso instante me
rodeaba, no necesitaba nada más para ser feliz. No sé mediante que
mecanismos conseguí llegar a ese estado que se prolongó durante cerca de un
interminable minuto, ni porque esto sucedió. Lo que si sé es que donde aparentemente no había nada yo encontré
todo, y seguramente viví una de las experiencias más bonitas de mi aún
corta vida, una experiencia que se me quedará grabada tal vez hasta que mi
cuerpo diga basta, quizás porque fue la primera vez que la soledad me supo a
belleza, la compañía me resultó innecesaria y el deseo de eternidad me aportó
placer.
A lo mejor porque llegué a saber que
es vivir sin preocuparse, creyendo que las cosas duran para siempre y los
finales no llegan .
La felicidad
plena me aprisionó cuando menos lo esperaba y dejó en mí mente un mensaje:
``De todo lo que
acontece debes captar el placer que emana´´
A partir de
ese momento me propuse como expongo al comienzo de este artículo a exprimir el
jugo de todo aquello que me acaece con la finalidad de poder volver en algún
momento de mi vida a aquella hermosa y añorada sensación que me abrió los ojos
y me hizo ver lo PRECIOSO QUE PUEDE LLEGAR A SER VIVIR.
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