domingo, 19 de mayo de 2013

Mi pequeño placer : liberarme del tiempo y la humanidad


En eso consiste la felicidad, en conseguir captar de todo lo que acontece el  placer que emana.

Uno se da cuenta de este hecho cuando posee la capacidad aprendida o más bien cultivada a lo largo de los años de exprimir por completo cada una de las circunstancias que se le presentan en su vida.

Las personas estamos convencidos de que hay una clara distinción entre las cosas que nos hacen disfrutar y que por consiguiente nos aportan placer, y las cuestiones que por el contrario nos avocan al sufrimiento y por tanto nos provocan padecimiento. Yo después de dieciocho años de vida no tengo tan claro ese discernimiento. Al contrario, cada día que pasa tengo más claro que no podemos establecer un discernimiento entre ambos extremos. Esta clarividencia que exhibo no es muestra de enorgullecimiento; al revés, la exhibo para poderla compartir y de ese modo, aunque sea levemente, incidir sobre una sociedad asentada sobre unos criterios estandarizados que no cumplen otra función que la de dar sentido a una edificación construida sobre cimientos de cristal.

Tal vez sea el momento del cambio, un cambio que debe venir  definido por dos aspectos fundamentales:

1º Debemos concederle importancia a la hora de relacionarnos con la realidad a la información que posee la verdad, una información que percibimos de los sentidos en forma de sensaciones. Es el momento de darle supremacía al sentir por encima del pensar.

2º Cada uno de nosotros convivimos con un mundo cuyo fin es incorporarnos a un mercado laboral sin tener en cuenta nuestras propias deseos o sentimientos, algo que nos inculcan desde la educación, una educación donde prima el uso de la razón dejando sin escrúpulo alguno a las sensaciones, percepciones y sentimientos.

Necesitamos instaurar un nuevo modelo educativo cuyo fin se encuentre en cultivar desde pequeños la capacidad de disfrutar y sacar lo bello a todo lo que ocurra para de ese modo construir una felicidad a la que todos y no solo unos pocos elegidos puedan aspirar.

Tras una breve pero intensa reflexión acerca de que fallos yacen en las sociedades más bien de carácter occidental y donde predomina el capitalismo como sistema económico me lanzaré a describir un pequeño placer que me permitió alcanzar esa felicidad efímera que todos ansiamos instaurar en el seno de nuestra vida

Abril. Cuatro y media de la tarde, hora española. Puerto de Santa María (Cádiz). Sol radiante, ausencia nubosa y viento acariciador.

Me encuentro andando, sin compañía real a mi lado por la calle, mis pasos se dirigen en dirección sur. Me encaminó a una cita con el deporte que ha colmado mi vida, un deporte que me ha regalado instantes de felicidad, que me ha enseñado lo mucho que cuesta ganar pero que al mismo tiempo me ha mostrado la amarga cara de la derrota, sin hacerme olvidar que triunfa aquel que se levanta tras cada fracaso para seguir intentándolo.

Mi padre se había ofrecido a llevarme en coche hasta el lugar donde iba a jugar un partidillo con los colegas pero yo rechacé aquel ofrecimiento, prefería pasear y poder disfrutar de primera mano la excelentes condiciones climatológicas que ofrece el litoral mediterráneo (buenas temperaturas durante gran parte del año y escasas precipitaciones).  Si el reloj mental que la mayoría de los seres humanos poseemos no me fallaba quizás llevase entre ocho o diez minutos andando, tiempo suficiente para encontrarme a mitad del camino que debía recorrer. Cabe decir que ese mismo día era de esos donde uno irradia alegría y energía por los cinco sentidos e impregna a los demás de la misma, por lo que suelen sucederse acontecimientos cuyo contenidos son de índole predominantemente positiva.  Tal vez lo que me ocurrió vino a ser producto de todo esto que acabo de mencionar.

Sinceramente no recuerdo sobre qué pensaba en aquel momento, porque los pensamientos son algo que se esfuma con suma facilidad. Lo que sí sé,  es cual fue el desencadenante de lo que me ocurrió. Absorto en mis pensamientos, decidí de buena a primera volver a la realidad, fijarme en lo que pasaba a mi alrededor. Para mi asombro, cuando desperté del semitrance en el que había incurrido comencé a observar detalladamente todo lo que me rodeaba, a oír todo lo que sonaba, a oler todo lo olible… y sin creérmelo me di cuenta de que no había a mi alrededor nada que me hiciese indicar que en aquel momento existía vida humana. Escuchaba trinar a los pájaros, sentía la suave caricia del viento y el sol tostando lo que mi vestimenta no recubría de mi cuerpo, pero en ningún lado era capaz de percibir algún estímulo que me hiciese advertir que existía alguna criatura que compartiese mis rasgos, los rasgos de una persona.

Mi asombro se acrecentó cuando tras darme cuenta de estas circunstancias no experimenté ninguna sensación de carácter negativo, sino todo lo contrario, disfrutaba como muy pocas veces lo había hecho en mi vida de ese instante. Un instante bello marcado por la soledad, una soledad transformada en paz y armonía con el mundo y cuyo éxtasis fue el derramamiento de una lágrima por mi parte, una lágrima que estaba cargada de felicidad, una lágrima que venía a ser la significación en hechos físicos de  una realidad latente que en ese momento me  embargaba  y  me envolvía por completo. La sensación de eternidad y de parada del tiempo se había  apoderado de mí y deseaba con todas mis fuerzas que se acomodasen  por y para siempre. No extrañaba a nada ni a nadie, me sentía pleno conmigo mismo y con todo lo que en ese preciso instante me rodeaba, no necesitaba nada más para ser feliz. No sé mediante que mecanismos conseguí llegar a ese estado que se prolongó durante cerca de un interminable minuto, ni porque esto sucedió. Lo que si sé es que donde aparentemente no había nada yo encontré todo, y seguramente viví una de las experiencias más bonitas de mi aún corta vida, una experiencia que se me quedará grabada tal vez hasta que mi cuerpo diga basta, quizás porque fue la primera vez que la soledad me supo a belleza, la compañía me resultó innecesaria y el deseo de eternidad me aportó placer.

A lo mejor porque llegué a saber que es vivir sin preocuparse, creyendo que las cosas duran para siempre y los finales no llegan .

La felicidad plena me aprisionó cuando menos lo esperaba y dejó en mí mente un mensaje:

``De todo lo que acontece debes captar el placer que emana´´

A partir de ese momento me propuse como expongo al comienzo de este artículo a exprimir el jugo de todo aquello que me acaece con la finalidad de poder volver en algún momento de mi vida a aquella hermosa y añorada sensación que me abrió los ojos y me hizo ver lo PRECIOSO QUE PUEDE LLEGAR A SER VIVIR.

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